Ésta será, a mi parecer actual, la última versión del relato de Wilberto. Hay una triste historia detrás de esta historia triste (para quienes no sepan); sin embargo, he decidido dejar que vea la luz pública una vez más con este rostro maquillado ante la alegría que experimenté ayer.~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~
WILBERTO (O LOS CRITERIOS DE LA MUERTE)
“¡He tenido más que lo humanamente aceptable! ¡Hoy pongo fin a mis noches de agonía!”
Con reprimido entusiasmo, abrió una puerta raída ubicada junto a la del baño. Encendió la luz, lánguida pero suficiente. Había diversos instrumentos frente a él: navajas, cuchillos, cuerdas de varios grosores, pequeños frascos con éter concentrado… Observó aquellos mediadores de la muerte con fruición, degustando un pensamiento recurrente: hoy pondría fin a sus noches de agonía.
Los minutos transcurrieron nerviosamente, aunque su rostro denotaba satisfacción. ¿Qué contenedor, qué aparato sería el indicado? Tenía que escoger algo efectivo, confiable y, principalmente, de efecto irreversible. “No puede ser una cuerda; no tiene fuerza ni estabilidad convincentes. Hoy pongo fin a mis noches de agonía.”
Debía actuar de forma lenta y dolorosa, cuidando sobremanera la discreción. “Una pistola me pone obviamente en desventaja, pues el lamento resonaría en el aire. Y no me es tan placentero sin la intimidad. Hoy pongo fin a mis noches de agonía.”
Los gastos eléctricos eran innecesarios, así que desechó la sierra y los cables de alta tensión.
El sudor se presentó en un acto repentino. ¿Desesperación, acaso? ¿Furia incontenible antecediendo la diversión perniciosa? No, más bien parecía derrochar seguridad. Él sabía lo que ansiaba; por ende, estableció un último lineamiento para las finalistas: era menester cumplir con el nivel de creatividad y originalidad que le atribuían siempre los cuestionarios de las revistas. “El arsénico, la cicuta, un mango podrido; todos han sido explotados innumerables veces en la historia; todo yacerá inmóvil en el botiquín esta velada. Hoy pongo fin a mis noches de agonía.”
El arma que catalizaría el acto, la estrella indiscutible de la medianoche, se encontraba arrumbada en un cajón entreabierto a su izquierda: una bolsa de plástico perfectamente desprovista de poros; bella, suave, silenciosa, delicadamente mortífera. Comparó el tamaño del resplandeciente objeto con el de su cabeza, y asintió orgulloso tras mirarse desde distintos ángulos en el espejo.
Subió determinado a la azotea, jugando despreocupadamente con el plástico. La noche era magnífica, envolvente y azabache como el polimérico causante de su júbilo; era de aquellas ocasiones que invitan a la profunda meditación o a una fuga con el ser amado. En las alturas reinaba el viento nórdico de voces frías, y la única presencia viva en los alrededores era un gordo gato gris. El atareado sujeto avanzó con cautela, temblando un poco, murmurando un poco más- la presencia inminente de la muerte es un formidable estímulo para el sistema nervioso- y dejando que sus manos marcaran un compás maniático absolutamente libres. “Estoy más que determinado; no soportaré más esta vida de suplicios. Hoy pongo fin a mis noches de agonía.”
Levantó el dispositivo hasta la altura de sus ojos, y lo agitó suavemente para permitir su completa apertura en colaboración con el aire. “Todo hombre tiene derecho a forjarse una existencia placentera, a no hundirse en la perenne miseria, y a tomar cualquier medida si su destino se halla descarrilado. Esto es lo mejor para mí, y para todos. Hoy, sin lugar a cobardías ni dudas, pongo fin a mis noches de agonía.”
La decisión fue definitiva.
Con un rápido y gracioso movimiento de muñecas, metió al gato en la preciada bolsa. La cerró con excesiva fuerza y un ligero dejo de cariño. Resulta imposible describir lo agradecido que estaba de tener en sus manos un carismático ejemplar de exhibición, sin un solo instinto, sin la más mínima fuerza y sin rastro de garras. Para asegurar la maniobra, levantó muy ligeramente la base del tinaco que tenía al costado y dejó que aplastara al animal de forma suave. “¡No más chillidos de pesadilla, bestia aborrecible! ¡Tu silencio será tan estimado, insignificante Wilberto! ¿Lloras ahora, cuando menos aire tienes disponible? ¡Hilarante es tu esfuerzo! ¡Innegable es mi victoria! ¡La psicótica anciana del setecientos once puede estar segura que hoy he puesto fin a mis noches de agonía!"
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Ce conte meurt maintenant.[Retocado el 24 de junio]